En el partido de ida de la eliminatoria de UEFA que nos ocupa la afición visitante no fue capaz de agotar las entradas que el Sevilla FC puso a su disposición para visitar el Ramón Sánchez Pizjuán, el precio no era elevado, la distancia del desplazamiento tampoco y el horario no era malo. Ahora, con un resultado adverso en la ida, la misma distancia, mismo horario, mismo precio, la afición del Sevilla FC si las ha agotado.
Otra lección más del Sevilla y el sevillismo a su eterno inferior, que no rival
Y es que al Sevilla le sobran muchas cosas, pero no entradas. Cuando se trata de dar la cara, cuando otras aficiones se echarían atrás y guardarían los 35 euros para otra cosa, la afición del Sevilla forma colas que casi rodean el estadio para ser uno de los privilegiados encargados de demostrar dos cosas: que el Sevilla no se rinde y que el sevillismo se multiplica cuando el viento sopla de frente.
Y si entradas no sobran, ¿Qué le sobra al Sevilla y al sevillismo?
Cualquier observador imparcial contestaría a esta pregunta con una respuesta parecida a la que yo voy a dar, pero en mi caso con la parcialidad de la pasión rojiblanca que inunda mi ser desde que tengo uso de razón y que hace más vehemente la respuesta. Al Sevilla y al sevillismo le sobran cojones, como demostró en el verano del 95, le sobran las razones de aquellos que ven esta eliminatoria finiquitada, le sobran los periodistas que callan sobre el jugador bético que se salta un control de alcoholemia para no desestabilizar al Betis mientras airean una supuesta bronca entre Varas y Emery, le sobra la UEFA y sus chorradas para impedir el tifo de los Biris, le sobran aquellos que tras meses agazapados “el fútbol no me da de comer” ahora recobran la olvidada pasión por su equipo, nos sobran jugadores, nos sobran ganas y nos sobran aficionados dispuestos a soportar lo que en el recinto deportivo al que vamos nos hacen soportar cada vez que por estar ellos en nuestra categoría los visitamos.
El mismo sevillismo que estuvo en Oviedo, el que diez segundos antes del gol de Palop sabía que el Sevilla iba a marcar, el que gritó el gol de Puerta con una fuerza que hace que aún ese eco perdure y se sienta, el que llenó el campo contra el Rayo Vallecano estando ya casi descendidos, el que inundó las calles de Sevilla para clamar (y conseguir) que una injusticia de la LFP se subsanase (sin necesidad de ni siquiera ser convocados, fue casi todo espontáneo), el que inundo las calles de Madrid para una final de Copa en un desplazamiento nunca igualado en nuestro entorno, ese sevillismo al que Caldas le duró un rato, sin necesidad de intervenciones ni salvadores de la patria en forma de jueces, el que conquistó Eindhoven, el que sacudió a un Barsa y a un barcelonismo en plena efervescencia en Mónaco, el que en estado depresivo vuelve a Mónaco para plantarle cara a todo un Milan en una final, ese sevillismo, ese estará el jueves para mostrar el rojo y el blanco que mandó, manda y mandará en esta ciudad independientemente del resultado, porque a diferencia de otros, a nosotros nos sobran muchas cosas, pero no entradas.
Por todo esto, dejen los debates sobre las bajas (¡Ánimo Cristóforo!), sistemas y demás, la necesidad y motivos de la victoria sevillista en ciernes dependen más del orden natural de las cosas y de la razón que de motivos fundamentalmente futbolísticos. No hay comparación posible ni en el pasado, ni en el presente de los dos equipos que se enfrentan el jueves, lo único que nos hace falta es esquivar la terrible mala suerte que evitó que fuesen gol algunas de las innumerables ocasiones de nuestro equipo en el partido de ida y todo saldrá bien.
Los que allí estemos tendremos presente que nuestra presencia no es un hecho individual, somos los agraciados que representaremos a los muchos que no vienen, ya que ningún estadio del mundo ofrece entradas para tanto sentimiento.
Que grande eres, Sevilla, y que grande el sevillismo.