“Que las banderas del Cien coloreen la geografía de Sevilla”

El 27 de febrero, si los días previos acompañan con sol y temperaturas suaves, más cálidas hacia el mediodía, tendrá en Sevilla una tarde, una anochecida en la que cualquiera que mire a sus naranjos verá asomar de entre sus ramas las campánulas que contienen uno de los blancos más preciados de la capital de las andalucías, el blanco azahar que antes que en otras tantas partes del mundo previene a los sevillanos de que se acercan atardeceres largos de luces inverosímiles, mezclas de aromas y humos y vapores que esconden tesoros. La del 27 de febrero será una noche de fecundación para que el fruto alumbre en otra tarde de mayo casi tres meses después, un 18 de mayo, que los sevillanos sabemos muy bien del color y del sabor de las tardes de ese mes, no en vano y en toda Europa las conocimos tal que un 10, 16 o 19, fuera en Eindhoven, Glasgow o Barcelona ¿Por qué no sumar otra tardenoche de alumbramiento en esos diez mágicos días en las que en naranjos y palmeras afloran copas como su fruto más sevillano y, por ende, sevillista? Si en rededor nuestra cantan la llegada de la primavera tres semanas después del 27 de febrero, nosotros podemos saludarla con ese tiempo de antelación, celebrarla y disfrutarla para lo cual no sería malo invocarla, reclamar su presencia, hacer saber a los nuestros que queremos esa fiesta esa noche. Engalanemos la ciudad para vivir su llegada, que la primavera anuncie su presencia ese día en Nervión en una ciudad que desde días antes la evoque y la invite a hacerse presente con sus balcones engalanados del más sevillano color, del carmesí, que las banderas del Centenario salpiquen nuestra geografía, que poco a poco coloreen sus calles, plazas y avenidas, que propios y extraños sepan que en esos días el campeón de Andalucía y sus gentes se sienten fuertes, en su salsa, deseosos de que la noche andaluza del 27 de febrero sea fecunda, que ya recogeremos el fruto.